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Elecciones 2008 en el país del Rey Mono
Mongo el tránsfuga y7
udonge

Resumo:
Transfuguismo, corrupción política y elecciones al Congreso de los Imputados




Mongo el tránsfuga y 7


...En las fondas miserables y fulleras de Chinatown, los calimbados cimarrones panameños sarandas, descendientes del mítico Rey Bayamo, que ya desde el amanecer olían a garduña, siúba y maconha, bailaban como caimanes macumbados, al son de un marimbado piano desafinado a ritmo de maxixe y xangó; los mismos mandingas y negrazos ararás, que siglos atrás, aperreados por el galán navarro don Pedro de Ursúa, brincaban alegremente en a Prasa da Escravatura, a ritmo de zarabanda, sorongo y chacona, cuando faltaban ya solamente diez minutos para las ocho de la mañana; la hora fatídica; la malahora serótina, pues así lo afirmaba el amenazante radiograma del Gobernador, después de cien días de estéril negociación, asedio, cerco y capitulación final.
Diez minutos, para rendirse; diez minutos, para entregar sus dos garruchas de nueve milímetros; diez minutos, para bloquear sus cargadores ciegos, cebados a muerte; tan sólo diez minutos, para entrar a lo grande, en los aneblados horizontes perdidos de Extramundi; entrar a lo macho; entrar a lo Mongo.
La Legión Extranjera, en posición de combate, desde el toque de corneta que les había soplado el albacea mayor del reino, mantenía cercada la Alcaldía de Extramundi, pero el frenopático y mallador tránsfuga, estaba dispuesto a morir peleando, hasta el final de la profecía parsi; combatir a cielo raso, contra la nieve roja de febrero; brigar a muerte, para recuperar la poltrona de guayacán, que tan justamente le había regalado la urna democrática y, robado los leguleyos varuncados del vovó Rey Mono.
Morir matando, a sus enemigos ediles a quemarropa; moriría, defendiendo su puesto de trabajo municipalizado; su maltrecho honor político; su arruinado boliche y, muy especialmente, el buen nombre de su bastarda hija, la pequeña Amada, nacida en el amancebamiento fornicador, nunca bendecida por el ingrato reverendo Tony Maragota.
Todo lo tenía dispuesto, para la traca final, con un epílogo épico, bañado en sangre transfugista y lunfarda; gesta homérica, que las generaciones futuras, cantarían con atributo de romance de lobos, en las invernales noches de lluvia y viento, sentada la lupamba al abrigo de la lareira familiar.
Mongo, con el pensamiento extraviado en su fabuloso pasado bolivariano, mecánicamente, acarició las chepas oxidadas de dos viejos cañones de la olvidada Guerra de la Independencia; inservibles armatostes babilónicos, que Napoleón había utilizado en su campaña del Nilo Blanco. Cañones del desierto; garruchinhas portuga, discreto regalo de su antiguo suegro protector, el coronel rolo Amado Carrillo, poco antes de morir asesinado en Bogotá, por el superagente Fast Eddie, en el curso de una emboscada durante el desarrollo de la “Operación Putumayo”, de tan triste recuerdo familiar, para su hija única Catalina la cachaca, dulce mujer de amplias y variadas lecturas conradianas.
Ya, no le quedaban matas aromáticas de hierba jamaicana; bollería andina; maíz para los gallos fanfarrones; chicha peruana para las gallinas guaraperas...; ni siquiera, jóvenes y complacientes cerditas, de céltica piel sedosa y sonrosada, para que el verrón badameco, pudiese continuar enraizando a las cerdas pipiolas y, aumentar así, el número de miembros de su piara. Al fula cuarterón, que movía a base de músculo la paila del guarapo, la Legión Extranjera le tenía prohibido el paso, so pena de volver a deportarlo, al orientalizado Paramaribo holandés.
Después, de tantos y tantos dorados años, de fértil amancebamiento badano y escandaloso concubinato perero,con el sedoso Poder varunca, yacía ahora sin albariño, ron cubano, Longeirón Vello y Joven, babosa loirinha, ostrón cambadés, parrochiña fresca de Portonovo, cadela preta mequinha, cabritinha nova favelada, cachaçinha da santa..., arruinado a perpetuidad, entre las espesas sombras lascivas de la vida janarera a bordo, apurada al máximo, hasta el último sorbo, entre las libertarias jarcias de su jabeque estraperlista.
A pesar de la nieve roja de febrero y, del tufo a pólvora mojada, Extramundi le olía fuertemente a garduña de cimarronada panameña; a carnosa drupa fresca; a cojoncillos de lebrel recién madurados en Serramoura; a papaya madura y húmeda; a fruta bomba del paraíso cubano; a pino mayarí; a mermelada de guayaba; a santería barata, en las malocas faveladas do Morro da Formiga...
La nieve roja y maldita, caía y caía con vocación profética, desmenuzada y triste, sobre los tupidos bosques de chicharrones, que a diario podaban los inmigrantes chinos para fabricar traviesas del ferrocarril, sobre los fusiles de asalto de la tropa mercenaria, brigadeira y fanfarrona, que bostezaba sin recato, destripando de cualquier manera, los escasos diez minutos que faltaban para el asalto final y, liquidar a arcabuzazo limpio, al chivo mamporrero.
La boletera tropa mercenaria del Rey Mono, entre canuto y canuto de maconha, mataba la espera, después de una larga y bronca noche, velando en el gélido campamento instalado sobre un antiguo muladar, los secretos y codificados radiogramas amenazantes, que emanaban del poder invisible beocio, afincado en la gélida y ferroviaria Miranda de la Frontera.
Ordenes prístinas, en olor de timocrática sapatría sotanuda; soyuzgadas las leyes jamás impresas, por el aroma núbil, de una saetera democracia serpenteante, dispuesta a obligarlo, de una vez por todas, a aceptar el imperio de la ley sancocha.
Amado pájaro cautivo, de triste pelaje calimbado; el urután, que había llegado a volando a Extramundi, desde el corazón bugre de la felpuda selva amazónica, le lanzó un desafiante ulular; misterioso y triste canto zahorí, anunciador de la malahora serótina; ulular del funesto presagio, que remató en una espantosa carcajada calavérica, que lo hizo temblar de terror, al helarse su caldeada sangre otoñal... Aquella ave nocturna, había navegado de incógnito, en el desmantelado aviso holandés, que cubría la ruta entre Barranquilla y Curasao, con un preciado cargamento de siete jóvenes daifas vírgenes a bordo, valorada mercancía albugínea, que una inesperada tormenta tropical, arrastró hasta la brumosa costa de Extramundi.
El pajarraco, después de su triste ulular -solidario himno fúnebre de despedida-, echó a volar hacia el tejado de las atarazanas portuarias, impulsado por una secreta fuerza invisible, que lo obligaba a huir, de la locura helicónida de Mongo el tránsfuga y, prudentemente, buscar un nuevo refugio seguro, en la verga mayor del descuartizado aviso semihundido, que desde hacia varios años de incierta y pecadora lluvia verde, yacía fondead frente a la cantina “Rosa la caimana”.
Aquella helíaca mañana nevada de febrero, también le olía a flor de Lima, a fritangas, a chulas rebozadas, a vino en el odre, a polvo curado de espanto, disfrazando las mezquinas ruinas del tiempo. “Tantarantán, tantarantán, tantarantán”... Eran los tambores mercenarios del Rey Mono...
No... Conocía de sobra, ese eco lejano, fúnebre, letárgico, hipnótico... “Es Tom, que golpea con sus manos negras, en forma de palas de hélice de barco, un bidón vacío de gasóleo portuario”.
Sentado a la puerta de la cantina, el fula belfudo, narizñato y policrespo, golpeaba la lata cuarteada, arrancándole sonidos de calenda. “¡Es Tom!”. El negro mayombé calimbado por su amo, que trabajaba de marmitón en su boliche "A Faroca do Perello", al mismo tiempo que en "Rosa la caimana", limpiaba palanganas, preparaba guisos de tortuga en su justo punto, mercaba camisinhas na botica do Furado y, cepillaba con esmero todas las tardes de lluvia verde y nieve roja, el lustroso palafrén de Catalina la cachaca, la mamasán del boliche portuario.
En los lardosos muelles de Babelia, Extramundi y Portovello, todos los marineros vagabundos de Chinatown y Bao-Pao, le escupían: ¡Tom, come here, please!, ¡Tom, please, sucking my cock, now!, ¡Tom the nigger!, nombre de negro apaleado, en tierra de blancos pobres, pero él, humilde y calimbado mayombé africano, siempre sonreía a sus enemigos, con sus enormes ojos de buey degollado, de un amarillo inhumano, que a todos les recordaba, en la eternamente nevada Miranda de la Frontera, inciertas puestas de sol, sobre los campos cerealísticos de la estepa silenciosa...
Años atrás, navegando de bolina, Tom el calimbado antillano apaleado, barloventando el timón de la desclavada embarcación holandesa, muy mal carenada en Barranquilla, fue sorprendido por un traidor ciclón tropical, que los desvió de ruta, cuarenta abrasadoras jornadas a la deriva, sin poder ganar el barlovento, hasta naufragar en la bocana de Bahía Negra, entre los farallones asesinos de la isla de las Águilas. La podrida embarcación filibustera, con matrícula falsaria de Paramaribo, cuyo verdadero nombre pirático, se borró con los temporales y, las lágrimas amargas de las jóvenes barraganas cucuteñas, barranquilleras y cartageneras, transportaba en su oculta camareta, un valioso alijo de siete hermosas mancebas, cuyo único afán era enrolarse en las lucrativas filas de la prostitución en Aruba, Port of Spain y Curasao, islas antillanos del sotavento, bajo dominio gringo y holandés.
Tom, desafortunado inmigrante haitiano, apaleado brutalmente por los mulatos dominicados, durante su miserable estancia en Santo Domingo, golpeado por ser negro mayombé en tierra mulata, aficionado al licor Tía María, las guitarradas y a las chicharreras de San Francisco, pronto se hizo un nombre propio de leyenda, en el mundo abusador del babilónico Arenal. Después de pasar tres años entalegado, por ejercer de proxeneta de menores mandingas, en los silenciosos cañaverales de Babelia y el Bico da Ra, su padrino en Extramundi Mongo el tránsfuga, lo convirtió en su mano derecha, en su chófer de confianza, y su pelirroja concubina, de espesos y hermosos rizos rolos, en su favorito palafrenero particular, siempre arrodillado a sus volubles caprichos femeninos.
Más allá, del mondonguero y magañoso muladar macareo, abarrotado con aves zancudas marabú, de su macutena infancia en Extramundi, donde la turbamulta rapera, se había apiñado comiendo mondongo de jabalí envenenado, martingalas a cuenta del Rey Mono, verdadera charca azorera del sacanagem gatuno y maloccado, a medio camino entre las vías muertas del tren y, las grúas portuarias, en un estratégico solar yermo y desolado, inundado de maleza y restos de cascajo de guayacanes cariados por los rescatadores del boleto fuera borda; el mismo lugar, donde hacía la numérica cifra de cincuenta años pendulares, los tres ancianos parsis habían levantado sus singulares carpas circulares, decoradas con símbolos alquímicos, en medio de una asombrosa nevada bíblica y, ahora, en ese mismo muladar abandonado a su malahora y, gestionado matemáticamente por la Ley de Diofanto, palúdico muladar de arrabalmiserable, que a base de paciencia geométrica, tiempo algebraico, arneirón irracional y cunchas de la agrimensura, se había convertido en un piélago cuarteado de tierra firme, abandonando así, su triste y humilde condición de ciénaga inconmensurable, desapareciendo todos los arbustos de majagua hembra, con la que los marineros armaban sogas y nasas, transformándose con el parir de los años bisiestos, en un improvisado astillero artesanal, donde los ancianos carpinteros de ribera, todavía fabricaban balandras, bergantines y polbeiras a vela, carenaban chinchorros y, armaban con extrema habilidad, seguras y marineras planeadoras abarloadas en el estratégico peirao de Portovello; ultramodernas embarcaciones piráticas, utilizadas a diario, en las rápidas y nunca vistas operaciones de descarga de contrabando, capaces de ganarle siempre el barlovento, a las inservibles lanchas del SVA aduanero.
Su amigo de infancia Simón, trabajaba afanosamente día y noche, en la construcción naval de su enorme y misteriosa urca, en la que llevaba invertida toda su escasa fortuna familiar, su precaria salud y su maltrecho honor tabernario.
Por un instante, el encallecido tránsfuga, bajó la guardia en su corazón de cuarzo y, se ablandó en su rocoso interior, al contemplar a aquel hombre honesto, trágico y solitario, encorvado día y noche, trabajando sin sentido de la realidad, sobre la cubierta de su urca, la embarcación más pintoresca, absurda y rara, que se había carenado a lo largo de tantos siglos de lluvia e infamia humana, en los astilleros locales de Portovello
Su urca, “Urbi et Orbi”, calafateada y diseñada por él mismo, siguiendo los planos esotéricos recibidos de los tres enigmáticos magos parsis, a semejanza del Arca de Noé, lo habría de convertir en el hazmerreír de Extramundi, Chinatown y Bao-Pao, hipotecando su vida, su familia y su cordura, en tan fastástico e irrealizable proyecto náutico...
Ya entonces, la reina negra de la papaya rojiza, tocaba para él, los últimos pínfanos de su cantada agonía patriarcal.
Había llegado, finalmente, su malahora, pero moriría matando con su garrucha portuga; ir o navegar de bolina; navegar a viento de bolina; abarloar a sus enemigos políticos, sin intentar ganar el barlovento, como en otras ocasiones pasadas, largando las gúmenas, achicando la barloa de la bita, soltando lastre rencoroso, para navegar más rápido, hacia los farallones de la ira sorda y profética y, justamente, cuando se disponía a encender la oxidada artillería pesada, adquirida de contrabando en la frontera, contra la mercenaria Legión Extranjera, los cerdos hambrientos de su numerosa piara, que no tenían ya nada que devorar, acaudillados por el famento verrón rabipelado, se abalanzaron estratégicamente contra el inmovilizado porquerizo y, comenzaron a descuartizarlo a violentas trabaduras; entonces, en ese último segundo de su existencia, le fue desvelada, la enigmática frase sarmática, que Ramsés el Viejo le había profetizado cincuenta años atrás, una nevada noche de la Navidad persa: “¿Qué quieres ser de mayor?” -le preguntó el anciano alquimista-. Él, seguro de sí mismo, con voz triunfante y atronadora, le había contestado: “¡Yo quiero ser Rey de Extramundi y Miranda de la Frontera!” “¡Lo serás, lo serás!”, -le vaticinó el sonriente hijo del Fuego-. “¿Y, tú?" -dirigiéndose a su callado y discreto amigo-. Simón, como era habitual en él, tímido, inseguro de sí mismo, le respondió, con su voz plana y apagada: “Invisible, poderoso hijo del Fuego. Yo, sólo quiero ser invisible. Simón, tan solo desea vivir libremente alejado del mundo en la ciénaga de Extramundi y el muladar de Portovello, como los zopilotes de Bahía Negra“. Desconcertado Ramses el Viejo, por la inesperada respuesta del pequeño Simón, el anciano alquimista parsi, se arrodilló ante él, adorándolo y, hasta tres veces, lo besó en la frente, ungiendo su largo cabello rubio con un bálsamo aromático persa; Azoth, que extrajo del interior de un diminuto frasco de vidrio color rojo. “Tú, Simón de Extramundi, serás el verdadero Rey de la ciénaga, pero toda tu existencia terrenal, estará marcada por la penuria económica, la soledad, el desamor y tu falta de ambición. Tu vida familiar, será un gran fracaso; sólo, al final del camino, verás realizados todos tus sueños quiméricos y proyectos irrealizables. Resiste, al infortunio y la soledad, Simón de Extramundi y, vencerás.”
“Y tú, pequeño ambicioso de mirada traidora: cuídate mucho de los cerdos, ya sean blancos o negros; del éxito fácil, a cualquier precio; de los martes de Carnaval; del número ocho... Serás Rey de Miranda y Extramundi, pero tu gran final será carnavalesco, cómico, trágico, violento...”
“Y, ahora los dos juntos, recordar siempre lo siguiente: el hombre no es libre, a la hora de elegir su futuro; cada uno de nosotros, ya al nacer, está marcado por un destino inexorable a cumplir hasta el final de su tiempo; una Obra misteriosa a realizar, en este efímero y pasajero mundo, pues así está escrito en La Vía Láctea”.
Por lo menos, en cuanto a él: Mongo el tránsfuga, las palabras del anciano alquimista se habían cumplido, al sentir sobre su curtida carne camaleónica, los afilados colmillos de su hambrienta piara de cochinillos y verrones, atacándolo por barlovento y sotavento, a su legítimo rey, o “Príncipe dos bacoriños”... Cuando todavía, no se había desangrado, ya los voluntariosos bispiños siereiros del Partido Colorado, nada más apoderarse de su catafalco de guayacán, tenían decretado tres días de Carnaval en la ciénaga de Extramundi y los campos nevados de Miranda, para regocijo de la turbamulta rapera y demás sirgueras del rencoroso río del Olvido...
Tres marchosas e históricas jornadas tribalistas, a base de lambada, rap-carioca, guineo, chacona y samba-reggae, inundaron las callejas insalubres de Extramundi, mientras dadivosos mormones gringos -en realidad eran espías camuflados del coronel Fast Eddie con base en Boiro-, repartían entre los fumetas vendedores de prú y miel de guayaba, falsas estampitas bendecidas con la flor roja de la pasionaria; cromos de su fiel aliado el beocio Rey Mono; rifas con lotería amañada del rasca; cachupadas con rodaballo de crianza y, leitadas de sacanagem, para festejar por todo lo alto, el triste final del tránsfuga Mongo; gran mallador; gran piarón; gran gozador de zambas, virollas y mestizas; maestro de piariegos; verrón aventajado, en el zafio Arte de la Política; insuperable correveidile de postín, en el arte de empezoñar y corromper, todo lo que se movía a su alrededor...
Un fino manto de calabobos, descendió entonces, desde el cielo justiciero de Ramsés el Viejo, sobre la villanía alborozada, posándose sobre las ramas desnudas de las tristes majaguas hembra, con las que antaño, en la temporada de lluvia monzónica, los marineros carcamanes de Portovello, fabricaban las famosas sogas de Extramundi.
La nieve roja de febrero, ya casi convertida en orballón primaveral, ocultaba el rostro timbado de Picotorto; los bosques impenetrables de Serramoura; los arrozales de Babelia; dejando que tartanas y calesas, cruzaran las vías muertas del río del Olvido, transportando más allá de los pantanos palúdicos de Miranda de la Frontera, a indiferentes pasajeros de la lluvia onanista; indefensas criaturas de la noche maldita, sumidos en el ayer y el mañana, a quienes la muerte inesperada de Mongo el tránsfuga, había sorprendido arando la tierra, ordeñando las vacas, echando las redes, amándose o fajándose con turbulencia, en los amarillentos campos cerealísticos de la fronteriza Miranda, donde siempre habían crecido las mieses del porvenir.
Bajo la dulce lluvia ya de febrero; agua ya caliente; troz-troz más que orballo; lluvia del naufragio, ya preñada por la primavera gelatinosa, gris y evocadora; llovizna y grisura matinal, acompañada de un silencio filosófico, que hacía escuchar el eco asombroso de la milenaria llamada de la tierra demiúrgica, bañada en la escoria de su propia inexperiencia, lo vio avanzar rumbo al río ingrato del cruel y zalamero Olvido.
Bajo un cielo raso de ceniza aneblada, adobada en indiferencia, la calesa que transportaba su catafalco, atravesó el paso a nivel; cruzó el puente viejo de San Francisco; navegó por el bullicioso barrio portuario del Arenal, entre el escarnio y las chanzas de chaperos jóvenes en paro y bujarrones diestros, mercenarios vespertinos del amor, que lo vieron pasar camino del cementerio, alzando a ritmo de zarabanda y castrapuercos, las botellas de cachaça al aire, bajándose las braguetas y moviendo sus furados bundas, para saludar a Catalina la rola, acompañada de su hija Amada y, de todas las meretrices colombianas que faenaban a bordo del boliche “Rosa la caimana”, mientras Tom el negro mayombé calimbado, apaleado en Santo Domingo, por no ser mulato, salmoneaba una canción triste y ausente...; música de esclavos antillanos, bailando alrededor de una siguaraya sagrada; un canto lejano, de esclavitud y muerte, que los ayudó a perderse en los arrabales del rencor, donde Extramundi, se desintegra, se pierde, se bifurca rumbo al solitario Cementerio de los Ingleses...
Y, cuando el escarnecido cortejo fúnebre, alcanzó el osario tomado por la nepenta que borra el pasado, allí los estaba esperando Simón de Extramundi; el descarnado y óseo Simón, envuelto en su chaquetón azul maltratado por la salitre, por los incontables amaneceres de mar y soledad, protegiéndose al lado de un flaco ciprés, del orballón hostil y de los recuerdos traidores, con su desvencijado paraguas negro, lleno de goterones que le mojaban la luenga barba grisácea, pero al mismo tiempo, también el agua que se escurría por los agujeros de su paraguas volador, le ayudaba a limpiar las incontables máculas de serrín depositadas sobre el desastroso gabán de náufrago en tierra firme.
Y, fue él, el único ser vivo oriundo de Extramundi, que acudió al sepelio del traicionado marañón derribado del áurero y enfermizo pedestal; marañón azorero y macuteno, como solidaria muestra del insobornable compañerismo, que los había unido en la mítica infancia perdurable; unido, en la geografía brumosa del pasado, a pesar de poseer ambos temperamentos vitales tan dispares, métodos tan opuestos y destinos tan poco cruzados.
Y, siguiendo los complejos dictados de su atormentado corazón; y, desdeñando el entorno cargado de malévola hostilidad hacia su persona, Simón de Extramundi, se hizo cargo de la educación de la pequeña Amada, que sin llegar nunca a entender, nada de lo que sucedía a su alrededor, lloraba por dentro y fuera, la muerte de su padre, el cándido e inocente tránsfuga, que en unos pocos lustros de insaciable rapiña macutena, había sido capaz de levantar a su alrededor, un quimérico imperio forajido...
Arcanos persas preislámicos decorando las tiendas circulares de los tres alquimistas; túnicas azules -señal de luto entre la comunidad parsi-; tutis -papagayos- revoloteando sobre la nieve roja del cometa maldito y, los trenes rigurosamente vigilados, avanzando sobre la frontera mirandesa; melancólico tañir del tar, en la hora matutina de Venus; seis cuerdas timbradas por la hermosa Zhura, esclava favorita del mago Karter; Xay, símbolo universal de la incógnita, flotando entre la espesa soledad errática del alma, mientras carracas, cementeros, avisos, balandras, dornas y planeadoras de última generación estraperlista, entraban y salían por la bocana de Bahía Negra, navegando de bolina el presente y abarloando el futuro, entre el aneblado bosque lácteo de la no existencia, que ya desde el ímpio amanecer de Extramundi, cubría la ciénaga bubónica, donde nace y muere, el invisible río del Olvido, dejando apenas atrás, un miserable stella maris de banderiza locura política y, la proa ingénita, de una amenazante urca anamórfica, capitaneada por un solitario filófago de mirada vidriosa, mientras los tres ancianos magos sármatas y, su misterioso séquito bicorpóreo, portando astrolabios caldeos para la medición de los maléficos años climatéricos, viajaban en sus milenarias tartanas, rumbo a las Trutinas de Hermes, alejándose lentamente de la anerética Extramundi, abandonada a un triste destino surmenage, dominado por la Vía Quemada, profético preludio filogenético, de un nuevo Diluvio Universal, para restablecer nuevamente en la Tierra, el imperio divino de la homeóstasis.






Extramundi, vranciño do Ano da Serpe


Fin del culebrón


Biografia:
udonge, 55 anhos, espanhol, mora na Europa, escritor e também pintor precisa editor paulista nipo-brasileiro para su novela "La concubina de mi amante". Enviar email urgente a su dirección en España o dejar mensaje en sección "recados" udonge2004@yahoo.es
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