Mongo el tránsfuga 3
de Wind Street; también, votaron masivamente por Mongo, as loiriñas pelexas do Montefurado; los fantasmas melancólicos de la Guerra del 98 de Cuba, náufragos involuntarios en la cayería santiaguera; las mamadoras y sorveteiras que pululan por Dollar Street, a la caza nocturna de chineiros y girias portuarios; los careneros antillanos que malvivían hacinados en las fondas miserables, de la siempre concurrida Crimen Lane, mientras esperaban un embarque milagreiro; le dieron su voto, a cambio de una mediocre mariscada, en la recámara del inefable "A Furoca do Perello", los caleseiros carecas y chambetas, que aguardaban siempre a los últimos viajeros nocturnos y silenciosos, justo al lado de la terminal del recién inagurado ferrocarril, para robarlos a punta de canivete y garrucha portuguesa. Lo votó con entusiasmo, el pueblo llano y popular: Peidodeoruxo, Picotorto, Patacón, Cagarrilla, Padín a la Horca, J. J. Perkins, Megatón, Tipona, Chicavella, Romero, Baudilio, Josefá, Nubenegra, A Cuancha, A Soca, Tony Curtis, Peteleiro, Peitodelobo, Bicotorto, Perrincho, Fabón de Ouro, Kanú, Mexanacama, Parrochas, Tartarexa, Ollomol, Fanecadolimpo, O Pepón, A Casapa, A Pelexa, Caracona, A Porcona, A Polveira ...; lo votaron, en caliente y, con gran estruendo etílico, gastronómico y mediático: fritangueiras, peixeiras, ameixeiras da babosa fina en Bao-Pao, mancebas mondongueras, fámulas salseras del GH, mexiloeiras, cuncheiras de Beiramar, modélicos empresarios import-export de ostra irlandesa, rubio americano, bollería colombiana, rojo libanés.... Los guampudos taxistas de su cuadrilla privada, trabajaron como verdaderos coreanos, mañana, siesta y tarde, de aquella histórica e inolvidable jornada electoral, acarreando en sus taxis gratuitos, como si fuesen bacoriños camino del matadero, a los calotiños votantes de Mongo, mareados ya de muy mañana, por la falsaria ginebra portuguesa, con la papeleta ya amañada y, aliñada de antemano, fondeándolos a la puerta de los colegios electorales. Patacón, supremo caporale que gozaba de su absoluta confianza, distribuyó a sus mejores sicarios y killer bees, por los lugares estratégicos, haciendo desaparecer las papeletas rojas, a favor de las blancas. En el miañento y calucado boliche, todos estaban seguros de su arrollador triunfo electoral; todos bebían, escupían, blasfemaban y comían, a cuenta del gran Mongo, como famentos pitilleros larpeiros buñuelanos, en pantagruélica cofradía mondonguera, guaracheando entre ellos a ritmo de cumbia y vallenato, con las barraganas daifas cucuteñas, habaneras, matanceras y trinitarias, del corrompido y disoluto Arenal, contratadas por Mongo para animar a la pichicatera turbamulta votante, ya muy trabada desde la mañana por el vinazo ácido y peleón, pero al desplomarse inesperadamente, las estrellas hostiles del cielo, se destapó la caja de los infartos. Cuando comenzó el recuento de los votos, al principio muy bien, después, regular, al final, muy mal. Mongo y su inflado DUC, habían perdido las elecciones municipales, pero el tránsfuga, no nacido para perder, montó en cólera verde, escupió en la última urna e, hizo contar, papeleta a papeleta, voto a voto... Pasó, lo que tenía que pasar: la turbamulta, a martillazo limpio, rompieron las farolas, inutilizaron el tendido eléctrico, cortaron la línea telefónica con el exterior, quemaron los montes y, al final de la tumultuosa madrugada electoral, una amaestrada mano piadosa, robó la urna de cristal contraria a su caporale, haciendo desaparecer, milagrosamente, los votos del escurridizo Partido Colorado. Para calmar y dominar a la bocanal turbamulta, el gobernador del Rey Mono envió urgentemente a la ciénaga de Extramundi, a los Geos, al Ejército Federal, cuajado de voluntarios milicos argentinos y, mercenarios serbios, supervivientes de la última guerra balcánica contra el turco-albanés; de madrugada, montados en camiones militares camuflados, desembacaron en Extramundi, los killer bees calabreses y marselleses del Gal y, por último, misma La Legión fue movilizada, ocupando dársenas, callejas, burdeles, azoteas y barrancos, para restañar el orden y la calma social, pero sobre todo, para encontrar la invisible urna perdida, rescatada audazmente por los marselleses de las garras de Patacón, que la tenía a buen recaudo, entre unas saquetas de olorosa hierba jamaicana o jamaiquina, como dicen en Santiago de Cuba, perfectamente estibada, entre los huesos deslabazados de su abuelo, pero el intrigante buxainas mescalero, fue denunciado traidoramente, por el enterrador Caraqueimada, votante histórico del Partido Colorado, cuando lo escuchó utilizar en el cementerio, un guerrero butrón rumano-albanés, para perforar el nicho de su agusanado antepasado. La nación entera, pendiente de aquella insignificante ínsula valleinclanesca, hasta que al filo de la aneblado del amanecer, sonaron las campanas hostiles del perro apaleado de San Roque; tañimiento de la triste amargura, en la terrible noche de los cuchillos largos. Al amanecer, cuando el bochinche familiar, "A Furoca do Perello", ya permanecía cerrado y clausurado, a cal y canto por orden administrativa, firmada urgentemente por el propio Rey Mono para evitar desórdenes públicas en Extramundi y, al conocerse la derrota final de Mongo, abrieron las discotecas de Beiramar, los burdeles del Areal, las casas de cambio en Dollar Street... Los siempre oportunos cambistas, enjaretados al champán y el cava, maleados por el cuba libre y el gin tonic de garrafa, bailaron como sapos en los muladares del deshonor, vomitaron y mearon a pitorro abierto en plazas y jardines públicos, hicieron tratos de la carne, en las sucias y herrumbrosas callejas que conducen a los muelles del futuro, donde los esperaban las negras del País de la Sal, las alegres mulatas caribes, que trajinaban felices en los bohíos y las tapias de los osarios, mientras los aturdidos y recelosos marineros del transbordador con bandera coreana, que cruzaba a diario la caudalosa corriente del río del Olvido, se dedicaron a pellizcar a las fulitas patizambas, que ejercían en los tugurios nocturnos, en el barrio perdido del desamor y la malahora, en cualquier insalubre meandro fluvial, cuajado de lascivia y achaparrados caguairanes o quiebra hachas, empantanado rincón de Bahía Negra, donde la ciénaga se transforma en mar aventurero y brumoso océano. Damajuanas de Tío Pepe; bocois de falso escocés, en las abarrotadas barras del Arenal, para celebrar ruidosamente, el himno de La Marsellesa, que retumbó en los altavoces callejeros, al mismo tiempo, que las raposonas fritangueiras de Portovello, libaban con descaro su particular agosto, pelando castañas asadas sin pelo y vendiendo condones arcoiris, a la belicosa tropa fandanga, que se meaba a conciencia, en los sudados portales de iglesias, burdeles, bancos, boticas... La jarana callejera en Extramundi se prolongó una semana, a escote del Partido Colorado. Siete noches mágicas de rapiña y escándalo en la ciénaga; de turbamulta trapaceira, celebrando un improvisado carnaval, para festejar la aparatosa caída de Mongo, atrincherado como un caimán desde la fatídica noche, cavilando tras el mostrador del vacío boliche, como rumiar y digerir sin violencia pos su parte, la inesperada dimensión de su derrota electoral. Una lluviosa madrugada de troz-troz, él y Patacón, entraron clandestinamente en el ayuntamiento. Quemaron los archivos comprometedores, las facturas falsas, los asientos de triple contabilidad, los quiméricos y babilónicos proyectos que albergaba su desmesurada ambición... El papafilloas papallón del cura; el histórico reverendo Toninho Maragota, pieza muy importante de su camarilla a sueldo, a la hora de engatusar con falsos paraísos y excomuniones, a propios y extraños, se atrincheró varios semanas en la iglesia de Dios, pues temía ser liquidado por las hordas sarralleiras del Partido Colorado ya, que maleados por las mulatas, la caña brava y los naipes marcados, entonaban cánticos blasfemos y libelos revolucionarios, a favor de los proxenetas enjaulados en la cárcel de Bahía Negra, exigiendo por decretazo real, la absurda abolición de las anticuadas leyes que prohibían en Extramundi, el lucrativo tráfico de esclavos para faenar en el ferrocarril hacia la tierra nevada de Miranda, ya fuesen chinos, cimarrones panameños, indios yucatecos..., así como la gratuidad de las meretrices portuarias, a cuenta del INEM, pues la leonina turbamulta votante del Partido Colorado, consideraba que debían cobrar de las arcas municipales, por los gratificantes servicios carnales prestados a los más vulnerables de la sociedad, pero también aullaban contra el reverendo Toninho Maragota, y su retozona pantalonera, la pecosa soplagaitas de Lilí Hamdinger, sin olvidarse un instante del abogado Toupeira, ideológo en Extramundi del partido DUC, por oponerse encarnizadamente, durante la sangrienta batalla electoral, a que los abarrotados burdeles del Arenal, Babelia, Bao-Pao y Portovello, abrieran sus puertas los días de elecciones municipales, generales, referéndum...
Pero Mongo, no se desmoronó tras sufrir su primera derrota política, a manos de la descafeinada democracia vigente en el país del Rey Mono. Experto en despilfarrar los patacos del heraldo público, en las concurridas barras de alterne portuario, especialmente en la del bar “Rosa la caimana”, propiedad del tesorero de su partido, el trampón Vacaloura, la intragable derrota le sirvió para presentar recurso administrativo, con el objetivo de anular las elecciones y repetir la votación, pero Coruña jugó en su contra, en una larga espera salomónica que duró un mes, sin vencedores claros y sin vencidos definidos; una partida de ajedrez, a la "gallega", en tierra de nadie. Desde su despacho estraperlista, movió los hilos en la amanerada Corte del Rey Mono; promovió nuevamente descomunales centoladas en su arruinado boliche; repartió sobres bajo los manteles; viajó de incógnito, a la ferroviara y experta Monforte de Lemos, para entrevistarse secretamente, con sus antiguos camaradas traicionados: los birisqueiros y velloqueiros capones del PA, pero su desmesurada estrategia faraónica, no funcionó, así que una triste madrugada de abril, acorralado por el gobernador hampón, el Gal, los mercenarios serbios, los milicos y, la intratable Legión Extranjera, no le quedó más remedio que abandonar su poltrona de guayacán y, reconocer pública y jurídicamente, la dimensión de su atroz derrota. Aquella triste jornada en su memoria y su cartera, el rojo bispiño Benvido, saludó a la apiñada ralea de bombistas y tamborileros, bolroándose de su enemigo descuartizado, al que acusó públicamente, sin tapujo ni demagogia intermedia, llanamente, de haberse llevado con la ayuda de su caporale y varios policías urbanos de su banda forajida, el valioso reloj municipalizado en la historia colectiva de la belicosa y pirática Extramundi, por alertar a los villanos comerciantes del calicó y, a la última generación de los prósperos calimbadores de Portovello, durante la encarnizada invasión napoleónica, que perseguía el inútil y costoso plan humanista, de liberar de las cadenas a los aperreados cimarrones que desembarcaban en sus peiraos, importados a granel, desde las ciudades esclavistas de La Habana, Santiago de Cuba y Nueva Orleans.
Décadas más tarde, Mongo oteaba con aire de indiferencia hacia los esbeltos framboyanes bayameses, que había ordenado plantar durante su época dorada. Pronto amanecería sobre el cielo lardoso de Extramundi. Continuaba nevando sin cesar, día y noche, como en el 1963, el año que la Cía asesinó a Kennedy, nevaba sin pausa desde que los magos parsis habían atravesado la línea fronteriza de Miranda y llegado a la última ciénaga europea, arastrando sus carromatos donde escondían pócimas cabalísticas y brebajes de inusitado poder amnésico.
La nieve roja invernal, pues en Extramundi sólo nevaba en febrero, cubría las dársenas del Arenal, las callejas silenciosas de Bao-Pao, los sicomoros egipcianos, la cubierta de las incontables balandras caribes abarrotadas de tabaco rubio de contrabando... Mongo, rodeado de sus fieles bestias, ya que los humanos lo habían traicionado primero y abandonado después, se refugió heroicamente en su soledad, en la memoria, en la confusa telaraña de la infancia, cuando ya para él todo estaba perdido, irreversiblemente perdido, sin peones que mover, sin alfiles que manipularr, sin reina de la papaya que utilizar a su capricho, para seducir a sus trabucados enemigos. El rey, estaba ahora completamente solo frente a la jauría, que esperaba impaciente el amanecer crepuscular del patriarca, para lanzarse contra él y despedazarlo. Llamó por radioteléfono a sus invisibles secuaces, en un intento desesperado de hacerse con la situación, pero más allá del cielo rojo, a través de un imaginario paseo magnético por las nubes, nadie respondió a su patética llamada de socorro, pues el tránsfuga melancólico, tan sólo era una chalana a la deriva, a punto de encallar, contra las rocas de su propia miseria. Antaño, en lustros pasados, aquella gigantesca antena sin licencia, le había salvado varias veces el pellejo, pues le permitía mantenerse alerta, ya que no confiaba en el teléfono instalado al lado de su poltrona, por un concejal de la oposición, que trabajaba en Telefónica como pinchacables. El esbirro del Partido Colorado, le tenía marcado y pinchado el día, día y noche, desbaratándole miserablemente varias operaciones maestras, proyectados con suma cautela y astucia de gatopardo escarmentado. La antena ilegal, le había permitido en el pasado, movilizar a sus peones, que trasegaban desde Cabo Norte hasta la línea equinoccial, dotándolos de un medio eficaz y
Continuará...
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