Un viaje de Udonge, por los muelles, honky tonks y tabernas americanas del Golfo de México en los años sesenta
Un viaje de Udonge, por los muelles, honky tonks y tabernas americanas del Golfo de México en los años sesenta
Udonge y las hijas del Ku Klux Klan
S
weet home Alabama!, asegura a gritos la canción del profundo Sur faulkneriano.
Mobile, puerto principal de Alabama, es una ciudad aburrida, fea, insípida, baptista, puritana, dominada por los mercaderes judíos que trafican con armas de segunda mano, por los periodistas freelancer que trafican con noticias canallas acerca de la guerra de Vietnam, bajo la bota inquisidora de los perversos reverendos sureños, del denominado "cinturón bíblico americano", que trafican a diario con biblias manoseadas y pesebres militares de confite bélico.
El edificio más alto de la downtown pertenece al First National Bank.
En su downtown financiera, es decir en el centro comercial de Mobile, al igual que en el resto de América, cómo no, mandan los judíos circuncisos; en los bares y tugurios nocturnos de medio pelo: los griegos.
En su entrañable Seamen´s Club, regalan ejemplares atrasados, de la indigesta Reader Digest, cromos coloreados de Walt Disney y, no pocas biblias anabaptistas de quinta mano; saldan todo tipo de predicamentos estériles, con el furibundo propósito de salvar la azarosa alma del marinero de paso, ya sea mahometano, ateo, jainista, hinduista, budista, lamaísta...
Después de los dibujos animados, de las palomitas de maíz, y de la Coke gratuita, los sufridos marineros teníamos que soportar la verborrea barata del inefable reverendo de turno, que a cada instante nos interrogaba acerca de Dios y, si en nuestros exóticos y pecadores países europeos y asiáticos, teníamos tanta leche en polvo y, tanta libertad comercial, cómo en la América de la enloquecida Highway 61 Revisited dylaniana.
Al anochecer, los bares donde se juntaba la espesa canalla portuaria y, se trasegaba la espesa noche sureña, se llenaban de insatisfechas y aburridas esposas e hijas del Ku Klus Klan, mujeres solitarias que tenían eyaculantes sueños húmedos, a la búsqueda de placeres ilícitos, con los bregados y curtidos Old salt, ebrios y solitarios lobos de mar...
Mientras en la juke-box del Greek Bar, sonaba la canción, Dusting in the Wind, Udonge conoció a Rita Hightower. La pelirroja estaba casada en segundas nupcias con un barrigudo y calvo vendedor de culos postizos -la última moda en la turbulenta América de mister Tricky Dicky, alias Richard Nixon, para la gloriosa infamia del "Washington Post", en plena guerra vietnamita. El abnegado de Bob, su experto marido en postizos femeninos de silicona, viajaba incesantemente, de un estado a otro y, la infeliz Rita, que se aburría en casa, se rendía con carnal voluptuosidad a las ardientes sombras satinadas del anochecer, para satisfacer sus reprimidas fantasías eróticas, con los marineros que se dejaban caer por el lupanar del griego.
Era una cálida noche de las latitudes bajas; un insano y espeso calor tropical barría las dársenas portuarias de Mobile. Udonge Bloody Nose, tenía el estómago encharcado en pésima cerveza gringa, cuando Rita lo arrancó de su silla, se colgó de su cuello y, se lo llevó a bailar rock sureño. Toda en ella, olía a humedad cenagosa, a sudor reseso, a colonia barata, a hembra aburrida; a mujer madura; a deseo...
Mucho antes, que la canción de los Eagles, Hotel California, dejara de sonar en la juke-box, ya Rita había hundido sus labios en la boca salada del lobo de mar, aspirando en él, humo volátil del deseo, ansiosa de placer, ansiosa de lujuria...
Se encerraron en el cuarto de baño, le desabrochó la cremallera del pantalón y, le pidió con urgencia, que la penetrara allí mismo, de pie contra las baldosas, mientras hasta ellos llegaba la música del cantautor Bob Seger: Turn the page. El saxo caliente de Alto Reed, iba destilando efluvios pantanosos de fuego volcánico, en el ardiente cuerpo de Rita, que frenética movía las caderas, en aquella apresurada crónica del amor obscuro, en la barra de un bar, en la sureña Mobile.
Una vez saciada, pero sólo a medias, Rita transportó en su coche particular, a varios miembros de la tripulación del Argus, hasta la discoteca Number One, ubicada a unas diez millas del garito del griego. Mientras un grupo de jóvenes melenudos, procedentes de la afrancesada y pecadora Lousiana, tocaban swamp-rock y sonidos bayou-funk, el noruego capitán Harald Gunnlaug se acercó a la mesa donde estaba Udonge Bloody Nose con Rita y, les presentó a su última conquista barragana: una rubia tetuda, percherona y miope; una enfermera rompetechos, de seis pies de altura, a la que había conocido aquella misma tarde, en la consulta médica del Dr. Roberts, mientras su correcta ayudanta, pinchaba en la anoréxica nalga al cocinero chino, para intentar curarle su última gonorrea pillada en Santo Domingo, en el célebre burdel Casa Herminia.
Mas tarde Rita, se llevó con ella a Udonge a su casa de Mount Vernon, lo tumbó desnudo en su cama matrimonial y, realizó con él todo tipo de fantasías, para después decirle que su marido era un importante miembro del Ku Klus Klan local, un buen creyente del Big Dipper, un buen patriota baptista americano, partidario de aplastar a los enanos amarillos de Ho Chi Minh...
La ufana y satisfecha Rita, le mostró a Udonge Bloody Nose, la pistola de Bob Hightower, para después llevárselo con ella hasta Gulf State Park y, mostrarle al greñudo marino extranjero, los milagros ecológicos de la bahía de Mobile: sus bayous, sus tierras pantanosas, sus campos de algodón, sus solitarias playas, en cuyas caldosas aguas abundan los tiburones, las rayas asesinas y las barracudas imprevisibles.
Rita, presentó Bloody Nose a sus amigas íntimas, que se aburrían como ostras los fines de semana: la divorciada Linda, que trabajaba como economista en un despacho del Bank of América; la soltera Lucille, que ejercía de camarera en un coffee-shop de la racista ciudad de Montgomery. A petición expresa de Rita, Udonge las llevó a bordo del Argus, para que se relacionaran íntimamente con la brava tripulación pirática, siempre bien armada sexualmente, a la hora de tomar un trago de ron, atracar los labios húmedos de una mujer perdida en el calor de la noche...
En aquella tranquila noche de lunes, sin la pegajosa presencia de Rita, Udonge llamó desde a bordo un taxi por V. H. F. y se marchó a tomar unas pintas de cerveza al Number One. Pidió una botella de bourbon y, se sentó en una mesa a beber, mientras escuchaba música en vivo, pues ya estaba un poco cansado del desmesurado acoso sexual al que lo tenía sometido la ninfómana Rita Hightower. Mientras bebìa whiskey y escuchaba a la "Southern Brothers Band", entabló conversación con la camarera que atendía las mesas. Su nombre era Debra; en medio de aquella marea de humo y sonido, sus ojos claros como el hielo polar y su cabello tan rubio como el oro canalla del vikingo capitán Harald, cegaron su espíritu aventurero.
A la noche siguiente, volvió de nuevo solo al Number One. Sentado frente a una botella de whiskey, a Udonge Bloody Nose, Debra le pareció diferente a todas las mujeres que había conocido hasta entonces. La llamó con trémula voz, para pedirle una cajetilla de cigarrillos y, para preguntarle qué planes tenía una vez finalizada su jornada de trabajo.
Al cerrar la discoteca, fueron hasta un drugstore abierto a tomar una cena fría americana de madrugada. Después, cuando comenzaba a manifestarse en el cielo púrpura de Alabama, el lechoso amanecer del golfo de México, Debra se marchó a su casa y Udonge Bloody Nose al Argus.
A la segunda noche, lo llevó a su apartamento, situado en la carretera de Mobile a Moss Point y, le presentó a su hija Jody. Debra estaba divorciada; Debra tenía cinco años más que su último amante; Debra, todos los días luchaba enconadamente contra sus poderosos e invisibles enemigos: el paso del tiempo; la vejez prematura; el dolor físico; la angustiosa y permanente idea de la muerte, mientras miraba con incertidumbre hacia su vacío alrededor existencial.
Aquella camarera tranquila, de mirada serena y apacible, cautivó a Bloody Nose, como ninguna otra mujer lo había logrado antes. Debra, ejercía sobre él, una poderosa fascinación positiva; a sus ojos, Debra era la mujer de sus sueños oceánicos, la compañera de viaje a Ítaca; el último escollo donde anclar la almadía de su existencia; la tierra fértil donde echar raíces profundas...
Le envió cartas de amor, desde Brasil, Chile, África del Sur, India y Noruega, Japón y China..., pero jamás recibió contestación alguna. Cuando siete meses después, el Argus volvió de nuevo a atracar en una dársena de Mobile, Udonge Bloody Nose, tomó un taxi y se dirigió al Number One. Fue a buscarla, con ansiedad, deseo, desesperación...
Sentado en su mesa de siempre, acompañado de su botella de siempre, Debra, apareció de repente entre el humo plateado de los cigarrillos y los joints, posando con ternura su tibia y blanca mano, sobre su enmarañada cabellera. Bebió de su mismo vaso un trago de bourbon; le dijo, con meridiana franqueza, que la olvidase, pues ahora ella pertenecía a otro hombre...
Un melancólico y solitario Bloody Nose, acarició por última vez, su lacio y largo cabello rubio.
-Pertenezco a otro hombre. Ahora soy Mrs. Jones. Sam, es un buen marido. Mi hija, necesitaba urgentemente un padre. Por favor, no me envíes más cartas de amor... Tienes que entenderlo; lo nuestro, sólo duró una noche; un amor efímero, entre una camarera que estaba sola y un marinero extranjero, que también estaba solo.
Cuando Debra Jones, se levantó de su mesa para atender a otros clientes, Udonge se empapó en bourbon para olvidarla. Nunca más quiso volver al Number One.
Al principio, en medio del océano, sólo pensaba en ella, pero así como los años fueron pasando en alta mar, su rostro envuelto en un halo de humo gris y rock sureño, fue desvaneciéndose muy lentamente, hasta perderse en el traidor olvido, quedando de Mrs. Jones, un lejano esplendor en la hierba, de una sureña noche de verano.
Udonge, Los argonautas, Alabama, a bordo del carguero panameño Argus
Stage one around USA voyage
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