The Mekong River
N
octurno indochinoise, sombras en la ribera, pasan las embarcaciones bogando hacia el norte, dioses budistas taoizados, dioses taoístas budizados, dioses viejos y sabios, polvo rojo en el bulevar; polvo rojo en la nada.
La frontera huele a jenjibre, a licor de arroz y pereza, atar-decer de oro en el crepúsculo dorado, lluvia en los pretiles, vino en el alma y la tristeza bailando con el alba; tristeza.
El polvo rojo nutre la insania, silencio en el vat, canciones en la estrada, frontera natural de Agua y Fuego, crisol yun-yu, río sin agua, una mujer solitaria; un falang canalla.
Colmada por la hazaña, enamorada, sueña con una nueva marea y mil primaveras, sueña sentada en la arena del bankside, desafiando a la luna misteriosa, sueña sin palabras, sin imagen algu-na, pero el infortunio intuye. Primavera: ¿dónde?, quizá en la cometa de fuego que choca contra su destino y, muere, sin que Buda con-dene su locura. Aguacero audaz, enamorado de phrà chan; ya po, mei po ancestral siempre vagando entre ruinas.
Apenas un beso para que las estrellas estallen cuando en el río todo es paz; en sus fanchuan descansa la tormenta; antorchas móviles indagan el misterio anónimo de los pescadores ciegos inten-tando atraparla con su red mecánica, mas ella, phrà chan, vieja y sabia como el primer pecado, se burla de sus amantes, velada por la azulada madrugada se esconde en la imposible espesura; ellos, los pescadores ciegos, la llaman, la imploran, la temen, nadie quiere desposar a la brutal malahora. Sobre el río flota una desolada conje-tura y Xingyú, la teme. La madrugada llegó al Nam Khong, la co-rriente baja y sube, ya el sol caldea los corazones solitarios, llegó el alba, llegó la corriente roja y sabia, la ciudadela duerme preñada por el olvido, silencio matinal en las razas, túnicas anaranjadas, pies desnudos, cánticos acompasados, el vino de la pereza ahuyenta a la pálida amante, retornan las golondrinas; el falang se marcha bus-cando campos de arroz, letanía búdica, ídolos en el camino, es la hora de la frontera enmarcada en un sendero de truenos persiguien-do al agua callada; Sandal City, loto blanco en los manglares, melo-día lenta, melodía pausada, Xingyú cuenta las estrellas con sus afila-das uñas plateadas.
Viaje sin final, jardín florido en la bocana, sueño herido de primavera, allende de la otra orilla, un paraíso extraño, mejor libar el último sorbo, la vida es una vulgar trampa, la vida no vale nada, apenas una caricia interesada; Laohu, el láo lào y phrà chan apoya-dos en la sombra escuchan el tañido de la tristeza imposible acosada por el alba entre senderos milenarios y vendedores de algas marinas en Táalat Sáo, prometiéndole la madrugada a los cuervos revolo-teando en el cielo bermellón; en el azur, desfile de bailarinas del hambre, manejando hábiles cometas, pescadores ciegos enredados entre las algas, duermen los dioses del silencio, sueñan con amores las cortesanas, aire caliente, aire lechoso, todo el aire de Indochina abrazado a los arrozales; aire espeso y pastoso como el laosiano khao niau abrazado a la tensa corriente engarzada en la tristeza del mañana.
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