Contraportada original para el libro El juego de la nube y la lluvia
El juego de la nube y la lluvia, comenzó a gestarse en una dársena del puerto guayanense de Paramaribo, en las espesas jornadas de la antigua Guayana Holandesa; en el largo, cálido y sangriento verano del 74, dos años antes de la independencia.
En el hoy actual Suriname, descubrí por primera vez el verdadero aroma de Oriente, más allá del budismo Zen que destilaban los textos del filósofo contracultural californiano Alan Watts; de las admirables narraciones indias de Kipling en Plain tales from the Hills; de los elípticos textos taoístas de los filósofos Lao zi y Zhuang zi; de la música embriagadora de Ravi Shankar, Miles Davis y John McLaughlin; del intemporal Arte de la Guerra, escrito hace varios miles de años por el venerable maestro Sun zi, (sabio y escurridizo estrategos, al que por cierto nunca leyó el cuáquero evangelista Mr. Bush);estas imbricadas y sugerentes narraciones marinas tan perfumadas de orientalis-mo, navegaron durante incontables años a la deriva, mucho más allá de la imposible ciencia hermética que destilaban sobre mí los hexagramas del Bagua y los acertijos la-berínticos del insobornableYi Jing.
Lo escribí entre pirañas brasileñas, anacondas venezolanas y taimados carcama-nes gallegos; lo redacté a bordo de nada recomendables navíos liberianos, chipriotas, griegos, panameños..., que surcaron siete mares órficos y vastos océanos de penumbra: desde Oriente a Occidente, naufragando en repetidas ocasiones frente a la altura de Ca-petown, La Habana, Islas Mauricio, Islandia, Tierra de Fuego, Sultanato de Omán...
El juego de la nube y la lluvoa fue en muy buena parte gestado en los honky tonks saloon sureños de Nueva Orleans, Texas City, Houston, Mobile y Freeport; redac-tado en los umbríos cafés portuarios de Lisboa, Génova, Amsterdam, Hamburgo, Cork y Amberes; também na A Cobra Zarca: um buzo muito diambado do Río de Janeiro; es-crito entre ráfagas de torrencial lluvia monzónica desplomándose en el Chor Bazar de Bombay, felizmente rodeado por inquietantes bandidos kapalikas y ojerosas cortesanas kashmiris, el cuento Río Amarillo, fue hilvanado a bordo de una deslustrada fanchuan thai fondeada en el río Cha Praya a su paso por Bangkok; finiquitado muchos años des-pués, en las incendiarias madrugadas barcelonesas del Karma, Colón Jazz, Bar Marse-lla, Big Ban, Pastis, Minotauro...
Otras mil primaveras han más, para el honorable cuentista Pu Songling y su im-pagable Tales of Liaozhai, todavía por verter directamente, del pu tong hua -chino man-darín oficial-, a la recia y hermosa lengua cervantina.
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