Un buen día, con esa mirada tuya que aturde al más curtido guerrillero, me dijiste sin quitar tus ojos de los míos que: yo seré siempre tu sol, tú serás siempre mi luna y que pacientemente esperarías a que nuestro amor hiciera eclipse.
En una ocasión posterior, sin miramiento alguno para mi mente lenta, sentenciaste que tu cuerpo está sediento de estrellas.
No me reclames ahora por haberte empadronado en el programa de astronautas voluntarios de la NASA, bien sabes que yo no sé de significados dobles ni triples para las palabras, siempre te dije que la poesía no se me da.
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