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Osama The Blind
relato marino en castellano
udonge

Resumo:
escrito alrededor de 1990, forma parte de un libro del escritor español Udonge titulado El tiempo de los asesinos





Osama The Blind


L
a cálida y ardiente noche jamaicana que Osama The Blind hinoptizó a la deslumbrante Afrodisia en la piscina del hotel Flamingo de Kingston, apoderándose de sus numerosos encantos eróticos durante dos noches de vértigo en su cabina del Argus, el maltrecho mago africano, volvió a recuperar todo el prestigio perdido tras un sonado fracaso artístico cosechado en el cabaré Pai Pai de Hamburg, cuando tuvo que huir de la justa furia del público amarillo, que lo abucheó al ser incapaz de sacar de la caja fuerte a Perfume de Nenúfar, aventura que a punto estuvo de costarle la vida, sino llega a ser por la eficaz intervención de los bomberos que la sacaron de su estrafalaria covacha totalmente ennegrecida por el humo de los sopletes utilizados para fundir el correoso metal alemán.
Nadie en el Argus, supo jamás cuál era su verdadero país, ni su raza; ni cómo llegó a Nueva York, quizá procedente de Italia, Hungría, Etiopía, Albania...
Una sucia noche del implacable invierno neoyorquino, el mulato dominicano Jimmy Matagorda lo encontró tirado en un gang del Bronx, con un faca de ámbar clavada en el hombro; el donkeyman lo llevó a bordo con él, le dio un vaso de grog, y no le hizo pregunta alguna, pues según el locuaz y dicharachero Jimmy Matagorda, todo hombre respetable tiene derecho a ser acuchillado en cualquier infame garito de arrabal.
Osama The Blind, en su juventud somalí fue bello y oscuro, como un indolente ídolo africano. Por su sangre pasaban todas las razas. Nació en Alejandría, en el barrio copto, aunque bien pudo ser en Tánger, Estambul, Addis Abeba, Port Sudán, Djibouti, Jartum...
Hasta los treinta vagó errabundo por los puertos mediterráneos orientales, acumulando hambre humana, condenas carcelarias y conocimientos varios. Al igual, que el griego Heredoto, viajaba constantemente de un lugar a otro; su patria eran la mar rumorosa y el desierto. También caminó una época por Persia, India y China, países de hermética sabiduría alquímica.
Pedía limosna en templos y mercados, aunque él mismo, jamás practicó la caridad, pues estaba orgullosamente convencido de la inutilidad de hacer el bien. Cuando se acercaba a alguien, sólo era para maldecirlo o curarlo, pues todo el tiempo vivía inmerso en un precioso silencio; nadie recordaba haberlo visto dormir y sonreír.
Algunos amarillentos y bárbaros periódicos de provincias lejanas recogieron sus milagrosas curaciones en los mercados otomanos de Banja Luka y Mostar, en la playa de Kotor, en la mezquita sarracena de Ragusa, bajo el implacable sol del estío. Osama The Blind, dominaba siete lenguas; tenía siete concubinas. Su número sagrado era el siete.
Ejercía la necromancia, el arte de las mareas, la quiromancia y la geomancia. Por las noches, sus discípulos, decían que tenía la mirada vacía, inerte, inocua, petrificada... Su esclava etíope, la oscura y ambiciosa Esther, pregonaba a los siete vientos, que El Mahdi de Mogadiscio, levitaba al ponerse el sol; su espíritu maligno vagaba entonces libremente por senderos de tinieblas en busca del conocimiento oculto, para más tarde regresar a su miserable cuerpo mortal.
Después de la falsa resurrección de Esther -a la que previamente había narcotizado con una calculada dosis de estricnina- se produjo el milagro. Aquella ardiente esclava harari, huida de un harén turco se levantó con gallardía del reino de las sombras, cuando oficialmente llevaba tres días muerta. "Por las siete estrellas, por los siete magos de Caldea, yo te conjuro, a que vuelvas a caminar, hija del desierto". La bella Esther caminó por la vereda de un umbrío sendero cubierto de hojas de plátano. La mendicante multitud se arrojó a sus pies, y lo proclamó su único Dios verdadero.
Aquella misma noche, la esclava se volvió déspota y ambiciosa. A partir de la fecha de su falsa resurrección, todo fueron infortunios. Bella, bárbara y malvada, Esther, lo amó sobre los escombros del requemado templo de Éfeso, sobre la calcinada tierra balcánica, sobre los guijarros ardientes de la arenosa Pilos. Tuvieron un hijo; su nombre fue Séptimo.
Violento y orgulloso, deseaba la gloria de la inmortalidad y, para apoderarse de la voluntad de los débiles, nada mejor que fundar una religión. Osama The Blind, acuñó de su puño y letra una nueva secta, a la que bautizó con el arcano nombre del Séptimo Sello. Sus acólitos, se arremolinaban a su alrededor, en una reseca colina ateniense, pues Atenas fue la ciudad elegida por el sombrío demiurgo alejandrino, para alumbrar las tinieblas del mundo con su Verdad Absoluta.
Al igual que el divino mago griego Empédocles, Osama The Blind vestía un manto púrpura sembrado de estrellas babilónicas y símbolos alfabéticos caldeos. Llevaba el pelo recogido con una coleta, y siempre caminaba descalzo. En todos aquellos años de gloria y esplendor, jamás nadie lo vio sonreír. Cuando se volvió poderoso, los verdaderos poderosos comenzaron a fijarse en aquel greñudo extranjero que arrastraba multitudes hasta los pies de la Acrópolis. La policía griega comenzó a investigar su escandalosa y disoluta vida monástica.
Rápidamente las mujeres públicas lo acusaron de proxeneta y de falso mesías; los filántropos y los guardianes de la moral ortodoxa, de corromper a la juventud ateniense; el Estado de entrar ilegalmente en territorio heleno. A los siete meses salió de la cárcel, pero sus discípulos lo habían abandonado.
El amor interesado de Esther de Harar lo salvó del suicidio. Encontró trabajo de estibador en un muelle de El Pireo. Su gran ciencia esotérica no le servía de nada para arrastrar fardos de un lugar a otro.Trabajaba de sol a sol; el jornal era escaso. Al acostarse Helio sobre Cabo Suenion, la etíope -que aseguraba públicamente descender de la Reina de Saba- lo esperaba siempre tumbada en un diván rojo, rodeada de frutos secos del paraíso y ánforas de resinoso vino griego. Después del amor, volvía a los libros herméticos; después de los textos alquímicos, errabundo, vagaba melancólico por las callejas antiguas de Atenas. Su religión estaba proscrita. Se sentía un perseguido, un anacoreta, un eremita alejandrino en aquella tierra de ruinas concéntricas, dioses paganos y polvorientos caminos de arcilla.
Una aciaga noche, al volver temprano de la estiba portuaria, encontró a su esclava enroscada como una culebra al cuerpo flexible y afeminado de un marinero indio. Aquella inesperada escena lo volvió todavía más taciturno, malévolo, colérico e indolente. Esa misma triste noche subió andando hasta la Colina de las Musas y contempló la constelación de Orión. A su espalda, las columnas dóricas del Partenón le parecieron dioses astillados por rayos lunares. Ante él, se bifurcaban dos senderos: envenenar a la adúltera Esther con su gran ciencia caldea o abandonarla. Pensó en el pequeño Séptimo: si asesinaba a su madre, su hijo, moriría.
Cuando el primer rayo de sol iluminó el falso rostro de las melancólicas Cariátides, bajó andando por los senderos de la Acrópolis, cruzó silencioso La Plaka, y se dirigió a su casa de la calle de los Ceramistas.
La bella y ardiente etíope yacía desnuda sobre el diván. Su hijo Séptimo, envuelto en un harapo, dormía a su lado. Entonces Osama The Blind preparó un atillo, guardó sus libros de encantamientos, sus frascos de estricnina, y andando se dirigió al puerto de El Pireo, en busca de un navío que lo alejase para siempre de aquella malévola y pérfida esclava de raza harari. Una semana después, desembarcó en el puerto romano de Ostia.
En Roma durmió algunos años sobre el lecho fangoso del río Tìber. Así cómo fracasaba en su estéril intento de captar adeptos, la insolencia y el fulgor de su violenta mirada, se fueron acrecentando. Ahora que estaba vacunado contra el amor de mujer, después de probar su mortal veneno traidor, sólo amaba a jóvenes efebos vagabundos como él.
De día predicaba frente a la Basílica de San Pedro; al caer la noche, su hogar era un nicho abierto en el muro del Coliseum. Allí vivía hacinado, entre vagabundos, rateros y prostitutas. El hambre lo empujó a convertirse en mercenario del amor, a la sombra de las ruinas, a la orilla del río, en un túnel cualquiera, iluminado de luna llena y rencor. Probó de todo, incluida la cárcel, por un robo miserable.
A la salida, escuchó en boca de un albanés, que su amante el fiel y bello Paulo había perecido de forma extraña en una sofocante noche romana: lo encontraron flotando sobre las amarillentas aguas del Tìber. Paulo tenía quice años y ejercía bajo los plátanos ribereños, al lado de la muralla Vaticana. La culpa de su muerte: un miserable fardo de liras.
Osama The Blind armó una fogata en un bronco pasadizo del Coliseum. Alta en el cielo,la luna regía los nocturnos corceles. Aquello no era vida; su gran ciencia antigua no le servía ni para pagar un plato de pizza y un cántaro de mal vino toscano. Pasaba hambre, angustia, frío, calor...
Su temperamento: frágil y delicado, aunque indiferente cuando se trataba del dolor ajeno, retrocedía ante el sufrimiento y la propia esencia de la vida humana; errante y perdido, en profundos valles de melancolía, anduvo un cierto tiempo, pero él, todavía era joven y prefería ser alguien, a hacer algo. Al amanecer, envuelto en una capa robada a un ciego, se puso nuevamente en marcha rumbo al puerto de Ostia. Había decidio emigrar a América, y probar fortuna como mago en el Nuevo Mundo.
Nada más poner los pies en Nueva York, fundó la secta del Doble Siete: el camino más rápido para enriquecerse, a costa de la proverbial ingenuidad yanqui en materia religiosa. Por las mañanas predicaba en una acera de Broadway; a su alrededor comenzaron a arremolinarse los guapos y los compadritos de la 42, ofreciéndole su interesada protección.
Muy pronto se labró un nombre propio, y entró a trabajar como ventrílocuo en un local regentado por un refugiado político armenio, muy aficionado a la hechicería satánica. Su fortuna no bajaba del millón de dólares.
Osama The Blind, en la sórdida soledad de un cine pornográfico, sopesó la astucia y la pericia de la policía americana. Tenía proyectos de futuro; en América: tierra de hamburguesas y libertad, predicaba su doctrina sin ser molestado, después de no pocos años de practicar la mendicidad.
Viuda por segunda vez, en contra de su voluntad, la dama Yang Yuhuan conoció a Osama The Blind en un baile del Bowery, local donde solían alternar las chicas del mafioso An Lushan. Sentado siempre a la sombra, detrás de un biombo japonés decorado con ramas de ciruelo y grullas, An Lushan bebía en silencio licor de sorgo Moutai, mientras espiaba a la dama Yang, que vestida de rojo y la espalda desnuda, al principio la confundió con alguna de sus chicas de alterne. Realmente: la dama Yang envejecía con lentitud, y An Lushan, continuaba amándola en secreto, a pesar de los años y los muertos. Rodeado de cuatro matones, An fue a sentarse a su mesa, ofreciéndole un trago de excelente vino chino Gran Muralla, elaborado con uvas de la variedad Ojo de Dragón y, una tregua de por vida, sí aceptaba no volver a casarse nunca más con un tercer pelirrojo irlandés o escocés. La dama Yang apenas lo escuchaba, pues toda su atención estaba puesta en el tipo del chambergo negro que bailaba en la pista con una de las rameras controladas por An; de mala gana, aceptó el trato con el hampón cantonés.
Minutos antes del cierre se armó una turbulenta trifulca tabernaria. Tres entrenados gorilas achinados volaron por el aire, rompiendo vasos, espejos, bonsais y platos de porcelana auténtica. El estampido fulminante de los revólveres florecieron por doquier. Cuatro fiambres rodaron por las escaleras. Aquella misma noche, en todos los tugurios y lupanares de Nueva York, sólo se habló del extranjero del chambergo negro; del mago africano de nariz roma, del falso albanés de cabeza rapada... El truhán predicador de la 42 había exterminado el solo a la mitad de la banda de An Lushan. Su nombre entraba en la leyenda neoyorquina. La dama Yang no lo pensó dos veces: Osama The Blind, a pesar de no ser pelirrojo, sería su tercer marido.
Expulsada de la hermética comunidad china de Nueva York, por casarse con un irlandés, con el guapo de Johnny Logan, de profesión merodeador de cloacas, el pelirrojo Logan trabajaba para J. J. Nigger, jefe del clan de los Swamp Rabbits. La noche, que en la siniestra Chinatown de Nueva York se festejaba la entrada del Año del Cerdo, lo encontraron acribillado en una dársena de Queens, entre las grúas y los cangrejos rojos, con cinco balas en el cuello. La dama Yang, jamás dudó de la procedencia de las balas asesinas: llevaban el matasellos de los rufianes de An Lushan, por encargo de su padre, el viejo tallador de jade, menospreciado por los de su raza han, por culpa de la traición de su única hija. La hermosa Yang, que enlutaba mal, pronto se unió al pecoso Red Kennedy, dueño de un imperio forajido, casi comparable al de An Lushan; una cuestión de límites, fue la disculpa para que el implacable y sagaz An, ejecutara con sus propias manos (también esta vez por encargo del centenario y muy venerable Lao She ), al barbudo irlandés, arrojándolo después al confuso río Hudson.
La dama Yang le ofreció a su nuevo marido un rentable negocio, bautizado con el nombre de La Casa de los Espejos y los Laberintos. Agua sagrada del Río Amarillo y arena rojiza del desierto tártaro, reflejados en mil espejos cóncavos y convexos, confundían a los visitantes. Su negocio era un éxito. La viuda han coleccionista de rarezas barriobajeras estaba entusiasmada con su nueva adquisición de alcoba. Pronto doblarían el capital.
Una noche, una joven amarilla vestida de rojo se sentó en primera fila a presenciar sus alabados trucos persas y armenios. Osama quedó deslumbrado con la belleza clorótica y lunar de aquella mujer de pura raza china. Era dueña de un verdadero rostro han antiguo, tan antiguo como los lienzos de Wan Fo. Su piel marfileña, sus ojos almendrados, su sedoso pelo negro, lo obligaron a cometer errores inocentes. Estaba distraído, viéndola, mirándola; deseándola... Nada sabía entonces de las costumbres milenarias de los silenciosos habitantes de Chinatown. Se compró un libro sobre China: leyó con avidez, hasta el metálico amanecer. Al siguiente lunes, la mujer del vestido rojo volvió a sentarse en primera fila. A la salida, Osama The Blind, la abordó, concertó con ella una cita; su cabeza se llenó de imágenes delirantes para un hombre de su experiencia mundana. Estaba enfermo; creyó erróneamente al principio, pero intuyó que le sucedía algo mucho peor: había vuelto a enamorarse de una mujer, que para complicar las cosas todavía más, pertenecía a una raza muy astuta, cruel y misteriosa.
La primera vez que se vieron a solas fue en un café del Village, un local frecuentado por intelectuales de sotabarba y mujeres sin pintar, vestidas de un negro riguroso.
Su nombre chino era Lu Zhu, Perla Verde. Su padre era un comerciante poderoso e influyente. Controlaba una cadena de restaurantes, desde Nueva York a San Francisco; su palabra era la ley.
Perla Verder, de forma misteriosa se sintió atraída por aquel falso ventrílocuo. La fascinaba el misterio, el riesgo, la fealdad, el fulgor demoníaco de su brillante y obscura mirada asesina... Tomaron una habitación de alquiler; se amaron hasta el anochecer, entregándole, la rosa roja de su inocencia. Después, ella regresó andando a Chinatown; él, a La Casa de los Espejos y los Laberintos.
Aquella misma semana sucedieron cosas realmente extraordinarias. La dama Yang fue encontrada muerta en su cuarto de baño, mientras Osama The Blind estaba en Chicago, asistiendo a un Congreso de Magos. La autopsia, no detectó envenenamiento alguno. Nada más enterrarla, Osama The Blind corrió a la compañía de seguros y les exigió al contado, el dinero de la póliza. La compañía, que sospechaba la verdadera naturaleza criminal de su cliente, se negó a pagarle el dinero, amparándose en las enfarragosas condiciones especiales del documento firmado por la dama Yang. A la salida, fue derecho al juzgado y los denunció; como represalia, la aseguradora alquiló los servicios de un huelebraguetas, para que lo espiase: día y noche, pues si al demandante, le sucedía algo, la aseguradora se ahorraba un buen fardo de dólares.
En una templada mañana de noviembre volvió a encontrarse a solas en el mismo café bohemio con Perla Verde. Después del postre, hicieron planes. Aunque la dama Yang ya no era un obstáculo, para su apasionado amor clandestino, tendrían que huir de Nueva York, pues su padre jamás le toleraría que se casara con alguien que no fuera de su propia raza han. Osama The Blind, que apenas conocía las costumbres milenarias de los inmigrantes chinos afincados en América, se sintió abatido y desolado. Estaba dispuesto a quedarse en Nueva York, donde por fin, le sonreía la fortuna.
Aquel lluvioso sábado, el local se llenó de chinos silenciosos que lo escrutaban con sus miradas vidriosas. Tuvo un presentimiento, pero siguió actuando. Por la noche, ardió La Casa de los Espejos y los Laberintos. Cuando todavía no se habían apagado los rescoldos de las brasas, en el portal de su casa se encontró con un ataúd negro... Alguien invisible, muy poderoso en Chinatown, lo había condenado a muerte.


Biografia:
udonge, 55 anhos, espanhol, mora na Europa, escritor e também pintor precisa editor paulista nipo-brasileiro para su novela "La concubina de mi amante". Enviar email urgente a su dirección en España o dejar mensaje en sección "recados" udonge2004@yahoo.es
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